sábado, 8 de diciembre de 2007

La Democracia de excepción


Mecanismos de excepción

Totalitarismos los hay de distintos colores. La democracia delegativa está encuadrada en una democracia aparente, la cual es esgrimida por un grupo reducido de políticos profesionales que se alterna en el poder mientras que la población permanece al margen de la participación estatal real. La actitud de encargo hacia una elite coincide con la actitud pasiva de la multitud, si bien esto, no es tanto, un proceso natural sino un mecanismo utilitarista a favor de quienes ostentan el poder. En este tipo de democracias los votantes efectúan una “delegación” a los gobernantes el día de las elecciones; una vez realizadas estas no existe un control permanente de la acción de los órganos del poder y el respeto a la ley se procura solo parcialmente. Existen los mecanismos de control pero no se cumplen, gracias a la legitimidad de las instituciones informales.
Es larga la historia de gobiernos autocontrolados, cesaristas, mayoritarios. Esto comienza con Hipólito Yrigoyen, que se consideraba a sí mismo la personificación de la causa nacional. Para la multitud era el paradigma de la voz de los que la carecen. El partido Unión Cívica Radical era el retrato de los intereses nacionales, empero, no permitía controles u oposiciones. La continuidad de este modelo fue el peronismo, clara muestra de la visión movimientista y amplia. Lo negativo de este modelo es la evidente antagonía a los dispositivos de control, tales como el congreso y la justicia es sus lindes económicos y políticos, y más aún al defensor del pueblo e instituciones autarquicas de revisión social. El supuesto es que al presidente lo votó la mayoría, y que por ello tiene la posibilidad e incluso el deber de gobernar como lo pretenda, sin obstáculos, por el condicional bien de todos. Escribe O’Donnell: “El que gana una elección presidencial está autorizado a gobernar el país como le parezca conveniente; [...] después de la elección se espera que los electores/delegantes retornen a la condición de espectadores pasivos. [...]. La democracia delegativa es fuertemente mayoritaria [...] es fuertemente individualista [...]. Democracia delegativa significa para el presidente la ventaja de no tener prácticamente responsabilidad horizontal...”. Este tipo de gobierno suele aparecer posterior a periodos de crisis e inestabilidad, lo cual va a generar, además de un carácter útil en las prácticas decisorias, una imagen mesiánica. Ante el debilitamiento del estado estas formas de actuar maximizan el rol del estado bajo los límites de la eficacia, pero disminuye la rendición de cuentas de lo público.
La emergencia económica argentina del 2001 permitió al presidente tener total disponibilidad de los bienes estaduales y prescindió en repetidas oportunidades del congreso con los DNU.
En los Estados Unidos la emergencia de seguridad permitió a George W. Bush crear un clima constante excepción, generando y reinventando repetidamente la sensación de emergencia, lo cual le permite avasallar las libertades publicas y los poderes independientes. Hay un interés claro en crear la crisis o cuanto menos reproducirla en pos de prácticas decisorias de excepción.

Democracia simbólica (el estado como abstracción)

Argentina es un país ambiguo con reticencias de la monarquía absolutista española y con pocas muestras de liberación del ropaje autoritario y elitista de clases. Hay en nuestro país una democracia procedimental, puramente elitista. Dice O´Donnell: “Un Estado democratizado es un Estado que, tanto en su democracia como en su legalidad, está dispuesto en la práctica a ensancharse, a escuchar opiniones, voces, identidades, demandas, de todos los sectores sociales. Y que, dentro de un proceso democrático, acepta inscribir derechos y decide implementarlos, porque no alcanza con dejarlos escritos por ahí”. El gobierno argentino debería evolucionar hacia una democracia de ciudadanos participativa en la práctica y que no agonice en el lenguaje.
El desinterés del individuo por lo público es el comienzo de los totalitarismos. El Estado se ha convertido en un ente ilusorio, pasó a ser “la nada” y si se lo despoja no importa, porque nada es. Las personas en gran numero se sienten ajenas, el Estado es el olvido, en el sentido de lo que fue, de la posibilidad perdida. Entonces, los Ciudadanos son en su mayoría ¿ignorantes o desinteresados? Más bien, inconcientes del poder con el que cuentan, resignados al avasallamiento de una elite. Ante este camino sin aparente colofón ¿cuál es la solución? La indignación, el forjar el respeto a la indivisibilidad propia del hombre, el retorno a la decencia de la determinación del ser.