viernes, 9 de enero de 2009

La actividad clientelar

Según la real academia española el mejor postor es aquel licitador que hace la postura más ventajosa en una subasta. Esto, transferido al mundillo comarcal de la política, infiere que entre distintas opciones monetarias un cliente elige a aquel que más dinero ofrece, no es ya la ideología partidaria, la imagen del candidato o su plan económico lo que sobresale, sino la coyuntura, el momento en el cual quien padece hambre toma la decisión que clama su voluntad famélica. Sin embargo, cabe aclarar que este accionar es diverso y se ha ampliado a clases económicas menos expuestas. Los barrios, antes cunas de la participación política se vieron expuestos, cuando no por necesidad, por costumbre mimética de aceptación de un otro. La mimesis, en este caso, es la imitación en base a una practica regular, cuando una situación se torna común es ya parte de un sistema que lejos de apartarla, la mira como a su vecina.
La incentivación a tomar una decisión electoral está penada por la ley, pero tiene ese raro grado -que se encuadra dentro de la viveza criolla- de ilegal pero legitimo. Esa legitimidad se dio paso a paso, como parte de un proceso en el cual los diversos actores aceptaban algo a cambio de otro cosa, una especie de negocio rentable, pero hecha la salvedad que es beneficioso para un actor, no para ambos. Hay un activo y un pasivo, alguien que ofrece, otro que acepta. No obstante, esta decisión significa renunciar a un derecho propio de la democracia y transformarlo en un hecho pragmático, el voto.
Las prácticas clientelares son diversas y cobran cada día –o elección a elección – nuevas particularidades pero que forman parte un todo, un concepto o idea que no es otra que la prebenda. La cadena es más o menos corta y tiene como principio al político, después al dirigente barrial y por ultimo “el adjudicatario”. Por supuesto, esto es una forma de presión y cohesión, aquel que entrega espera recibir a cambio. Claro está, que la actividad clientelar varía según el territorio, en las zonas más pobres es un bolsón de alimento lo que suele ofrecerse; en los barrios medios es dinero -frecuentemente bastante, dependiendo del presupuesto del político o del estado- lo habitual; en ocasiones la presión está basada en el trabajo del votante; y otras veces, es la droga la demanda de la zona por votar o mantener rehén a sus cautivos políticos, generalmente jóvenes, este flagelo tambien disímil se presenta de muchas formas dependiendo de la zona o barrio: pegamento, marihuana o paco. No solo se da esta practica en elecciones, sino que también se utiliza el “voto cautivo”, el cual supone que un favor persistente va a lograr frutos potenciales, pero esto deviene en que, quien o solo quien puede hacerlo, es aquel que disponga de recursos para ello. La cadena magnética originaria y que maneja los recursos desde distintas canteras gubernamentales es el estado.
La coyuntura tiene su fuerza y cae por su propio peso sobre la estructura, repercute en las costumbres, lo social, en lo cultural y lo político. Aquello que se torna en un hecho rutinario, es aceptado por una mayoría silenciosa, que si bien puede criticarlo en público, de hecho y en la práctica lo acepta. Se consiente un hecho desde la mirada hacia los otros, una especia de colectividad de valores transgiversados que generan un estatismo de espíritu, ya que en vez de intentar conseguir un algo, se espera a que un otro lo suministre. El desarrollo va a depender, entonces, de una política disgregada, absolutamente delegativa. Bajo este tipo de gobierno totalmente entregado a un gobernador o un grupúsculo ejecutivo, se aceptarán sofismas (falsos razonamientos en los cuales se argumenta algo con la intención de convencer o confundir a un interlocutor, o realizar argumentos falsos que se toman como verdaderos) como “roba pero hace”, “todos los políticos son iguales” o el penoso “no te metas”. Este tipo de política tiene a total disposición las decisiones lo que lo convierte en un centro unitario carente de control alguno y hacedor de la moral funcional a sus intereses. El devenir lógico y causal es un gobierno hegemónico, no reconocedor de la republica, vituperados de la critica del ámbito que sea, abierto a la corrupción y basado en coyunturas.

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